Una
tarde cualquiera…
—¡Eh!¡Parad!
—¿Por
qué?
—¿Qué
pasa? ¿Es tuyo?
—No.
No es mío. Es un gatito de la calle.
—Entonces,
podemos tirarle piedras. Si es de la calle, no le importa a nadie.
—¡Eso!
¿Qué más te da?
—¡No
está bien!
—Nos
molesta: maúlla y nos sigue todo el rato.
—¿Has
visto la pinta que tiene? ¡A saber qué nos puede contagiar!
—Eso
no es excusa para tirarle piedras.
—¿Ah
no? Mira lo que hago.
—¡Qué
buena puntería! Le has dado. Mira como corre a esconderse. ¡Qué cobarde!
—¡Le
has dado en un ojo!
—¡Corre,
corre! Ojalá te pegue un buen arañazo por aguafiestas.
—¡Eso!
¡Corre, salva al gatito!
Un
año más tarde…
—¡Eh!
¿Qué haces?
—¿A
ti que te importa? Será mejor que no te metas.
—¿Por
qué le tiras las cosas de la mochila? ¿No eráis amigos?
—Ahora
ya no. Yo no me junto con desahuciados que se pasan las tardes en la calle.
—Si
tanto te molesta, vete.
—Cuando
le tiraba piedras al gato no lo defendías tanto.
—Solo
lo hice una vez porque te quejabas todo el rato de que nos molestaba.
—Bah…
Yo me voy, paso de que me contagiéis vuestra estupidez.
Tras
un instante de silencio…
—Gracias.
—Te
ayudo a recoger. Vivo cerca, ¿quieres venir a jugar un rato?
—Vale.
—¿Has
jugado a Animalandia 3? No logro pasar
de la mitad.
—Sí,
hay un truco. ¿Esta es tu casa?
—Sí,
adelante. Mis padres trabajan hasta tarde pero está Capitán. Capitán ven y
saluda.
—¿Es
tu gato?
—Sí,
desde hace un año.
—Le
falta un ojo.
—Lo
perdió de pequeño.
—Ah.
¿Es…? Es… muy bonito.
—Sí,
lo es.
—Hola,
Capitán. Y cariñoso…
—Sí,
siempre lo ha sido.